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Tres abdicaciones para la historia


Amadeo, Alfonso y Juan Carlos

Alfonso J. Vázquez Vaamonde | Unión Republicana

No siempre la historia que escriben los vencedores respeta la dignidad de sus actores. En el caso de España aún sufrimos las consecuencias de las actuaciones de Fernando VII, pero ha pasado en ella de ser “el rey deseado” al “rey felón”. Hoy aún vivimos los últimos episodios de esa telenovela, con los sucesivos golpes de Estado con los que, una y otra vez, sus herederos atropellaron la voluntad libremente expresa del pueblo español, siempre por las armas apoyado por un ejército no democrático al servicio de la parte más innoble del país. 

Destaca sobremanera, y se nos ha contado mal, la actuación ética de Amadeo I de Saboya, un modelo digno de imitación y respeto que, como Fernando VII. también fue un rey electivo, recuperando la vieja tradición visigoda, aunque se le otorgaron derechos de herencia, causa de su desaparición. Muerto Fernando VII y expulsada su heredera España, Isabel II, no elegimos la segunda oportunidad de ser una República democrática, cuyo espíritu latía con fuerza desde 1812. La libertad, igualdad y fraternidad latían con fuerza en el texto de una Constitución que, con incoherencia, elegía la forma monárquica del Estado, un oximorón, por lo que ipso facto las atropelló Fernando VII, su único acto congruente. 

Aquel fue un bien intencionado; fue un inútil intento, era pura contradicción, de unir ese espíritu de progreso con el de retroceso cuyo lema:dios, patria y rey pretendía todo lo contrario. Un imposible intento de concordia ente las luces de la ilustración y la alienación de quienes gritaban, alienados en su premeditado analfabetismo, “vivan las caenas”. 

No se declaró la I República y se cometió el gran error de ofrecer el trono a Fernando VII; fue como esperar que el olmo diera peras. Su indecente comportamiento ético quedó acreditado al obligar a abdicar a su padre; también por su cobardía ante Napoleón; a ella siguió la servil traición de felicitarle cuando sus generales ganaban una batalla. ¿Cómo pudimos ser tan estúpidos?La consecuencia lógica de ese error fue su golpe de Estado de 1814 negándose a jurar la Constitución Española de 1812; luego su perjurio en 1820, tras el levantamiento de Riego; finalmente su nuevo golpe de Estado, en 1823, el de los 100.000 hijos de San Luis que se prolongó en Isabel II. 

Expulsados los Borbones se inició la ridícula búsqueda de un Rey. Se logró que aceptara Amadeo I, una persona decente, progresista, culta y dispuesta a hacer de España lo que podía ser. Fue imposible; los “propietarios” del país se lo impidieron. La reacción cabalgó de nuevo. Amadeo I dio su “do de pecho” ético. Las razones de su abdicación, que leyó su esposa,también progresista y colaboradora de su intento, fue la muestra de lo irrevocable de su decisión irrevocable: “Éstas son, señores diputados, las razones que me mueven a devolver a la Nación, y en su nombre a vosotros, la Corona que me ofreció el voto nacional, haciendo de ella renuncia por mí, por mis hijos y sucesores. Estad seguros de que al desprenderme de la Corona no me desprendo del amor a esta España tan noble como desgraciada, y de que no llevo otro pesar que el de no haberme sido posible procurarle todo el bien que mi leal corazón para ella apetecía”. ¡Nunca la historia había visto un gesto de dignidad semejante 

Años después otro Rey, Alfonso XIII, heredero del golpe de Estado de Martínez Campos con el que su padre usurpó la Jefatura del Estado hereditaria al margen del pueblo español, también abdicaría, diciendo otra cosa: “El 14 de abril de 1931 me dirigí al pueblo español, manifestando mi decisión de apartarme de España, suspendiendo deliberadamente el ejercicio del poder, sin renunciar por ello a ninguno de los derechos de los que la Historia me había hecho guardián y depositario”. “Manca fineza”, que diría Andreotti. 

Fue toda una declaración de falta de respeto a la soberanía del pueblo español.Detrás dejaba asuntos turbios: la guerra de África con el desastre de Annual, el informe Picasso, lasminas del Rif, su dinero en el extranjero, dos autogolpes para seguir siendo lo que era:el hijo de un rey golpista. Fue sólo la primera de todas las mentiras de ese texto. Sería desposeído de los derechos que nunca tuvo legítimamente por un tribunal de justicia tras su condena por traición a la patria en un juicio al que no se presentó tras su huida de España. 

Hace unos años Juan Carlos I, heredero directo de otro golpe de Estado, el fascista de Franco, también abdicaría. Tampoco abdicaría en la nación, como hiciera Amadeo I, es decir “en el pueblo español donde reside la soberanía” (art. 1.2 CE78);como su abuelo abdicaría en su hijo, tan ilegítimo como él mismo. “Cuando el pasado enero cumplí setenta y seis años consideré llegado el momento de preparar en unos meses el relevo para dejar paso a quien se encuentra en inmejorables condiciones de asegurar esa estabilidad”. Sigue ”mancando fineza”. Fue un texto falso; la razones eran otras; las mismas que ahora ha motivado su actual “desaparición”. 

Hoy Felipe VI tiene la oportunidad de superar a Amadeo I. Puede dar un ejemplo de ética a la humanidad, nada menos que 7.00.00.000 millones de personas; en particular a los reyes que siguen ejerciendo su no democrático derecho a la Jefatura del Estado, también a los Presidentes de Repúblicas que son verdaderas dictaduras. Le sugiero este texto: 

“Recibí como herencia de mi padre una Jefatura del Estado con una Constitución que declara que “la soberanía reside en el pueblo español de donde emanan los poderes del Estado” (art. 1.2 CE78). Respetuoso con ella quiero que de él emanen TODOS los poderes del Estado, incluida la Jefatura del Estado. Por ello devuelvo a estas Cortes que representan esa soberanía, esta herencia a la que no tengo derecho democrático. Renunciando a ella en mi nombre y en de mis descendiente que, por mi renuncia, dejan de tener ese derecho que le otorga el Título II, contradiciendo el art.14,que es un derecho fundamental inviolable.Como deseo seguir ejerciendo ese puesto de trabajo anuncio también mi decisión de presentarme a las primeras elecciones que se convoquen para designar a quien deba ejercerlo. Más aún, me permito sugerir que cuando la elección del pueblo soberano recaiga sobre algún descendiente de un rey, se recuerde el simbolismo de esa herencia histórica, donde aquellos reyes eran electos democráticamente, y se autorice a que, en tal caso, junto al título de Jefe del Estado se ostente el de Rey, durante el tiempo periódico de su ejercicio”. 

Cada Jefe del Estado pasa ala historia como lo que es. Felipe VI también tiene ahora su oportunidad. Él elige si sigue mi consejo o no. Pero cuando tome su decisión debe recordar que si elige mal la última palabra la tiene siempre el pueblo soberano.Él verá que herencia deja a su hija. Una que le permita pretender con orgullo ser Jefe del Estado elegida por la mayoría de los españoles o serlo sin permitir que los españoles la alijamos en libertad. 

El ejemplo de Amadeo lo es de un comportamiento ético que puede ser superado. Devolvió a la nación lo que la nación le diera. Felipe VI devolvería a la nación lo que Franco le había robado convirtiendo en verdad lo que se dijo bajo la dictadura de su padre: que los borbones eran el camino para recuperar la democracia en España. Debería pensarlo. 

Los pueblos respetados son generosos. 

Alfonso J. Vázquez Vaamonde es Secretario de Relaciones Institucionales y Asuntos Jurídicos de Unión Republicana


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