Diego Martínez Barrio fue una de las figuras más relevantes de la II República. Ocupó todos los cargos políticos posibles: diputado, ministro, presidente del Gobierno, presidente de las Cortes y presidente de la República. Aquí recordamos sus palabras con motivo del aniversario de la proclamación de la República, el 14 de Abril de 1957.
ESPAÑOLES:
Hoy conmemoramos el XXVI aniversario de la proclamación de la República. Recuerdos y esperanzas tendrán que acogerse, dentro de la Patria, al seguro de los hogares. Fuera de ella, la hospitalidad generosa de los pueblos donde trabaja la emigración republicana, permitirá nuevamente que se alce la voz viril de los españoles, atestiguando nuestra fe en el porvenir. Las ansias comunes se encontrarán a través del espacio, a pesar del poder de la tiranía, pues ésta, por numerosas y bien pertrechadas que tenga sus legiones de esbirros, no puede aprisionar las almas.
Quiero comenzar repitiendo, como honor y homenaje a las generaciones sacrificadas y a las que ahora llegan animosas a tomar en mano la dirección del destino político y social de la Nación, estas palabras del gran escritor francés Albert Camus: "Las juventudes de Hungría, de España, de Francia y las de todos los países, comprueban que nadie, ni nada, abatirá jamás la fuerza violenta y pura que impulsa a los hombres a reivindicar el honor de vivir de pie".
Vivir de pie es la aspiración de los españoles. No quieren más. No se conformarán nunca con menos. Todos los gajes materiales que suelen repartir los Estados totalitarios valen nada si la libertad falta, porque de hierro o de oro la cadena es siempre atadura y prisión. El falangismo, apoderado del poder, había olvidado esta entrañable realidad del ser nacional, y hoy comprueba, estupefacto, que el país odia al régimen y aborrece a sus representantes. Mañana, pronto los deseos convertidos en actos descuajarán desde la fundación al remate el actual aparato estatal, causa y raíz de la división de los españoles.
Un claro deber me impone silenciar cuánto y cómo se está realizando dentro de la Patria. Oblígame, asimismo, a prescindir de cualquier comentario acerca de los planes tácticos de las grandes masas de opinión adversarias del régimen franquista. Incluso si se acusaran diferencias de criterio político entre los distintos grupos de la oposición, enmudecería, rindiéndome a la finalidad común. Esta es la de restaurar los derechos inherentes a todo ser humano, los derechos hollados y desconocidos de la libertad.
Pero el aconsejable silencio respecto a las actividades de nuestros hermanos de España, no debe extenderse, ni yo lo extiendo, a la actuación de quienes en América, Europa y África luchan por el triunfo de la causa común. Dirijo, pues, mis palabras, pesándolas y midiéndolas, a la emigración, con la resolución firme de no hurtar el más pequeño repliegue del pensamiento. Grata o desagradable quiero que la voz llegue a todos los emigrados republicanos, sea cual fuere su filiación política o sindical, para que al escucharme examinen el problema que nos tiene planteado el curso de los acontecimientos nacionales y ajusten su conducta a los imperativos del deber
El destino cercano de nuestro país no está en manos de la emigración. Bien que mal -frecuentemente, bien- la emigración ha rehecho sus hogares, educado a sus hijos y llevado de uno a otro confín el glorioso nombre de España. En conjunto, la emigración puede estar satisfecha de sí misma. Ha dado pruebas de fecundidad científica, literaria y técnica; ha contribuido al desenvolvimiento de la riqueza material y moral de los pueblos que la acogieron, y ha puesto de relieve otra vez las calidades del hombre español, (laborioso en el trabajo, leal con sus semejantes y agradecido a sus benefactores. Si no existieran otras manifestaciones de pareja enseñanza, tales hechos serían bastantes y sobrados para demostrar la torpeza e iniquidad del sistema imperante en España, origen del desgarramiento brutal de una comunidad útil, y por tanto, responsable de
haber hecho perder a nuestro país durante veinte años la aportación directa de dos
generaciones, émulas de las más adelantadas del mundo civilizado.
Hago la evocación para justificar el derecho de la emigración republicana a intervenir en el diálogo del futuro de la Patria. Prescindir de su colaboración, o desdeñar la realidad de su existencia, sería
un error, y es sabido cuán funestos son los
errores en la gobernación de los pueblos.
Pero, paralelamente al ejercicio del derecho de ciudadanía, no perdido, sino acrisolado por la acción en el destierro tienen
los emigrados unos deberes categóricos, superiores a los mandatos de la pasión personal. Los concreto en pocas palabras: Ayudar sin hostigar.
El régimen franquista, ya en los umbrales de la desaparición, arrastrará al caer
los principios fundamentales de su política, pero quedarán grandes trozos de la
armazón del sistema, cuyas partes nobles
han de ensamblarse e integrarse en las
fundaciones posteriores.
Este período de transición van a llenarlo, reunidas, las nuevas generaciones y las
que doblan la curva de la vida; los obreros
y los militares; los hombres de letras y los
sacerdotes; los estudiantes y los maestros;
los industriales y los comerciantes. España entera, removida por un aliento común
de esperanza, pondrá mano en la tarea, sin
rencores y sin odios, impregnadas las almas de los sentimientos de paz, piedad y
perdón que, al fin y a la postre, han logrado germinar.
¿Cuál será la estructura de la España
inmediata? ¿Qué se proponen realizar los
hombres en cuyas manos reside la resolución primera? No me consta, ni, si me constara, lo diría. Baste señalar que los actos
que ejecuten, al no tener otros límites que
los de sus propias voluntades, necesitarán
estar inspirados diariamente de prudencia
y tino.
En esa España, ya visible, tienen que encontrar todos los españoles puesto y hogar. Todos. Los de condición social distinta y los de distintas opiniones. Ninguna discriminación será tolerable, salvo las
que surjan de las leyes naturales y del cumplimiento de aquellas otras que elabore la
ciudadanía por el órgano de sus representantes libremente elegidos.
Nosotros somos republicanos. A ese título, que no ocultamos, ni declinamos, se
acoge nuestra historia y nuestro honor.
Republicanos, ayer; republicanos hoy, y republicanos hasta la hora final. La fidelidad a los principios no excluye, ni impide,
el respeto a otros contrarios. La democracia republicana puede vivir sosegadamente, al lado de los españoles que profesen doctrinas distintas, bien llevando la dirección
de los negocios públicos, bien desde la oposición si el régimen definitivo tuviera signo distinto al de la República. Precisamente por esa disposición del ánimo a
aceptar las direcciones ajenas, caso de que
no prosperaran las propias, poseemos autoridad para decir a nuestros compatriotas
que hemos llegado a una encrucijada ante
la cual no pueden ser unos corazones alegres los que se abroguen la función de marcar el camino.
La España irredenta y la España desterrada necesitan unir sus esfuerzos para
elegir el mejor o, por lo menos, para facilitar a los españoles que señalen el qué
preferentemente quieran, sin remover las
cenizas ensangrentadas de un pasado que
comienza a perderse en la historia.
¿Qué quieren los españoles? ¿Qué desean los que sufren directamente la pesadumbre del régimen y los que soportan con
la emigración el terrible dolor de la ausencia? Simplemente que se nos reconozca el
derecho de gobernarnos a nosotros mismos,
de elegir nuestros órganos de poder, de
recobrar y ejercitar las libertades esenciales del hombre. Para la dictadura del general Franco estas aspiraciones son insanas, inspiradas por el liberalismo satánico
de unas enseñanzas malditas. Pero precisamente esa limitación de la inteligencia y
sequedad del corazón han sido la causa de la división de España, el desplome de su
economía y el marasmo de su inspiración
creadora. ¿Incurrirán los hombres del futuro inmediato en el mismo error? No lo
creo.
España, para ser el hogar de todos los
españoles, ha de constituirse conforme a la
voluntad de ellos. El derecho de las clases
gobernantes a aleccionar al país trae consecutivo el deber de respetar su soberanía.
Sensatamente nadie querrá corromperla,
desfigurarla o desacatarla.
Con esta confianza conmemoramos el
presente 14 de Abril. Está firme el corazón y la voluntad resuelta, uno y otra,
interpretando el estado de conciencia de la
emigración y el propio, quieren servir a
España, a la reconciliación de los españoles y a la República.
Honrosamente, por encima de todos los
dolores y de todos los sacrificios, hoy, como antes, nuestras almas siguen unidas
clamando por la Patria y por la Libertad.
Diego Martínez Barrio
En el destierro, 14 de Abril de 1957